18/6/11

Ricky's decision


El otro día, hablando sobre la pésima gestión de la imagen pública de Lebron James, un colega me preguntó quién podría ocupar en la ACB el rol de jugador odiado que asumió la estrella de los Heat cuando decidió abandonar al equipo de su tierra, los Cleveland Cavaliers, para reunirse con otras dos figuras de la NBA y tratar de conseguir ese anillo que aún se le resiste. Está claro que las fobias, en este caso, van por barrios. Cada pabellón dispone de su propia lista de villanos. Si nos referimos a Vitoria, me vienen a la cabeza jugadores como Felipe Reyes, Alex Mumbrú, Axel Hervelle, Juan Carlos Navarro o, en los últimos tiempos, el renegado Pablo Prigioni. Luis Scola coleccionó las iras de las hinchadas de Barcelona y Real Madrid, así como el propio Navarro ha copado cánticos en casi todas las canchas de la competición doméstica. Y sin embargo, dos fueron los nombres que me parecieron más idóneos para soportar la comparación con The Chosen One: Fran Vázquez, al que muchos tachan de cobarde por haber renunciado a la NBA cuando fue elegido en la undécima posición del draft por los Orlando Magic en 2005, y Ricky Rubio, The Golden Boy, un chico que apenas acaba de cumplir la veintena pero al que se le ha sacudido sin rubor a lo largo de los últimos meses tras haber decidido quedarse dos años más en España antes de asumir el reto de saltar el charco para buscar la gloria en la competición estadounidense. Algo que hará, lockout mediante, a partir de la próxima temporada.

Ricky ha recibido palos de todos los colores esta última campaña. Algunos, quizá la mayoría, excesivos e injustificados, pero otros ajustados a la realidad de lo que ha ofrecido, que para algunos encaja con lo que puede llegar a ofrecer. Como en el caso de Lebron, al joven base catalán le ha pasado factura su escaso acierto a la hora de vender las decisiones que tomaba y los motivos que lo empujaban a tomarlas. Ha pasado de asumir el papel de niño mimado de la opinión pública a erigirse en objetivo de las críticas más feroces. Incluso ciertos sectores del complaciente periodismo que se ocupa del baloncesto, entre ellos varios representantes de la asepsia informativa más absoluta, se han recreado al confirmar que los números del ya jugador de los Minnesota Timberwolves han sido este año manifestamente peores que los del cruso precedente. Muchos le estaban esperando. Y se han cobrado con creces los peajes que se le impusieron cuando decidió posponer el sueño de la NBA y permanecer dos años más en Europa, en las filas del Barça.

Tenemos que echar la vista atrás dos años para hallar las raíces de este cambio de rumbo. Ricky, mientras vistió la camiseta del Joventut, club histórico, simpático, tolerado, se alimentaba de loas y aplausos. Un año antes de que los Wolves lo escogieran en la quinta posición del draft, concitó la admiración de medio mundo como director de juego de aquella selección española que le sacó los colores a la enésima y descafeinada versión del Dream Team en los Juegos Olímpicos de Pekín. Con apenas 17 años, aparecía en todas las agendas de los expertos como uno de los jugadores con mayor potencial del planeta. Me cuesta creer que, pese al bajón experimentado estos últimos meses, se haya apagado su centelleante llama hasta el punto de que ahora todo el mundo dude de su talento. El problema fueron las decisiones que adoptó aquel verano, tanto las que tomó por acción como las que ejecutó por omisión. En muchos casos le perdió la boca y la inmadurez. Seguramente mal aconsejado, siguió un camino tan calamitoso que en apenas unas semanas dinamitó su vitola de niño bonito.

Cuando daba la impresión de que la vida le sonreía al ofrecerle una oportunidad por la que muchos otros matarían, se granjeó una legión de enemigos. Acabó mal con el Joventut, con el Real Madrid, con los Grizzlies, con los Thunder y con su futura franquicia, a cuyo general manager, David Khan, situó en una encrucijiada de la aún hoy sigue sin escapar.

A golpes con el mundo

Sin entrar en demasiados pormenores, quizá uno de los detalles que más socavaron su imagen de marca fue la manera que escogió para liberarse del club que le concedió la oportunidad de debutar en la ACB con sólo 14 años. Ricky había renovado y visto incrementada su ficha la temporada en la que vistió por última vez la camiseta de la Penya. Es evidente que la cláusula de 5,7 millones de euros que se incluyó en su nuevo contrato resultaba del todo abusiva, pero nadie entendió que demandara a la entidad presidida por Jordi Villacampa y que desde un principio, si tenía previsto permanecer en España, renunciara a continuar en Badalona -a la que a la postre salvaría económicamente con el montante de su traspaso- hasta que llegara su momento de dar el salto a la NBA. En cualquier caso, las nuevas cifras del blindaje aparecían en los papeles sobre los que el jugador estampó su firma.

Quizá los pasajes más desacertados de aquel verano llegaron poco antes del draft, en el momento en el que le acercaron los micrófonos para sondearle en torno a sus posibles destinos. Ahí le perdió la edad. Salió a relucir el niño, no el tipo cerebral que en plena adolescencia parecía dotado para dirigir los designios de cualquier partido. Su agente tampoco ayudó. En los días previos al sorteo insinuó que sólo les interesaba que lo escogieran New York o Sacramento, pero David Stern confirmó los peores augurios: "And Minnesota selects...". No sé si lo podéis recordar, pero la cara del base del Masnou era un auténtico poema. Cuando llegaron las primeras fotos de las agencias al periódico me quedé asombrado. Gorra de los Wolves, pulgar arriba y una mueca de desencanto que a muy pocos jugadores les he visto tras ser elegidos entre los cinco mejores del draft. Resultaba demasiado fácil descifrar lo que iba a pasar.

Las calabazas de Ricky a la franquicia de las Twin Cities supusieron el primer revés para el jefe de operaciones de los Wolves, un tipo empeñado en hacerlo todo mal, que ha dilapidado buena parte de la cuota salarial en renovar a Darko Milicic y que mantiene a su equipo en un perpetuo estado de reconstrucción del que nunca sale nada potable. David Khan, que llegó a intentar convencer personalmente al jugador para que aceptase el reto, que viajó a España en tres ocasiones y quiso negociar personalmente con el Joventut su salida, ha sufrido toneladas de críticas y cientos de mofas a raíz de aquella decisión, que fue la primera de verdadero peso que tomó tras relevar en el cargo al mítico Kevin McHale. No sería éste el último agraviado por la concatenación de pasos en falso que aquel verano de 2009 marcaron la ruta de la gran promesa del baloncesto español. Aún se guardaba el interrogante sobre dónde iba a jugar tras constatarse que la opción de Minnesota quedaba descartada de inicio. Se abrió una guerra entre los clubes futboleros. Con Messina recién llegado a la capital y Florentino abriendo el grifo para el baloncesto, flirteó con el Madrid, se dejó querer, pero al final acabó firmando por el Barça, que pagó una cifra récord, algo más de 3,5 millones, para hacerse con sus servicios. Una vez más sus razonamientos resultaron pasajeros. Llegó a alegar que esa decisión le permitiría seguir en el mismo entorno en el que se había criado, un argumento ridículo cuando se habla del camino a seguir para convertirse en uno de los mejores jugadores del planeta. Firmaron un contrato por seis temporadas, aunque ya entonces manifestó que en sus planes entraba permanecer dos campañas y marcharse definitivamente a la NBA. Dicho y hecho.

Lo ha ganado todo con el Barcelona

Ricky ha ganado todo lo que podía ganar en estos dos últimos años con el equipo blaugrana. En su primera temporada con el Barça, se hizo con la Supercopa, la Copa del Rey y la Euroliga. Sólo la irrupción inesperada del orgulloso Baskonia del almirante Tiago Splitter ensombreció una campaña para enmarcar y en la que fue indudable protagonista. En esta segunda también se ha hartado a recoger trofeos colectivos (Supercopa, Copa y ACB), pero su rendimiento individual ha descendido de manera notoria, y sus detractores, los que aguardaban excusas, han saltado al cuello, hasta el límite de que ahora muchos dudan de que tenga el talento suficiente como para triunfar en Estados Unidos. Si nos remitimos a la pura estadística, la postura de los que teorizan sobre un estancamiento en su progresión resulta indiscutible: ha metido menos puntos, ha empeorado de manera alarmante sus porcentajes de lanzamiento (27% de tres y 38% de dos), ha repartido menos asistencias y su valoración ha decrecido notablemente. Es más, el propio Xavi Pascual ha acabado rindiéndose a la evidencia y lo ha relegado a la suplencia en los ocho partidos que el Barça ha disputado -y ganado- en los recientes play off de la ACB.

No son pocos los que sostienen que su asalto a la mejor liga del mundo está condenado de antemano al fracaso basándose en esos registros, en su escaso desarrollo físico y en su limitada capacidad anotadora, un aspecto determinante para acariciar la gloria en la NBA. Yo me encuentro con sensaciones contradictorias a la hora de realizar un pronóstico sobre lo que puede depararle el futuro. Mal que le pese, caer en una franquicia como los Timberwolves puede suponer una suerte para él. Hace dos años, sediento de títulos, se resistió a fichar por un equipo con pocas perspectivas de futuro. Pero ahora ya lo ha ganado todo en Europa. Aguardado como agua de mayo, habrá que ver hasta qué punto se entiende su baloncesto allí si a su excepcional talento para el pase no agrega algo más de protagonismo realizador. El base del Masnou, que ha estado trabajando el tiro durante los últimos meses para cambiar la mecánica, deberá desarrollarse como amenaza exterior y trabajar mucho en el apartado físico. Su picardía defensiva no bastará para frenar a jugadores mucho más veloces, potentes y atrevidos de lo que se ha encontrado hasta la fecha en el baloncesto europeo. Sin embargo, y salvando estos últimos meses, Ricky siempre ha tenido algo especial, un don que ni siquiera el resquebrajamiento de su imagen ha podido enterrar.

Ayer, en la rueda de prensa que ofreció para desvelar su futuro, quedó claro que su camino vira hacia un rumbo muy diferente al que escogió King James hace un año. El chico de oro también tuvo que tomar su particular decision hace dos veranos, y se equivocó, más en las formas que en el fondo. Ahora, con veinte años y una carrera europea al alcance de muy pocos, se enfrenta a un folio en blanco. En su mano y en su capacidad para crecer y mejorar reposan sus esperanzas de éxito. No le resultará fácil, pero puede cumplir su sueño.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ese Panic! Que quede entre tu y yo (tengo que preservar mi reputacion de futbolero cerril): chulo articulo. No crees que lo mejor que le puede pasar a Ricky ahora mismo es precismanete lo que va a hacer? Esto es, ir a un equipo sin exigencia de victorias ni presion alguna, sin competencia terrible por el puesto de base (en OKC con Westbrook como que lo tendria 'pelín' jodido) y con un juego menos tactico que beneficia a su estilo de juego. Todos estos factores le pueden permitir precisamente recuperar toda la confianza en si mismo que claramente se le ha escapado a borbotones en este año y medio (penica daba en el playoff final, escondido tras la espalda de Sada) y que para mi es la autentica razon de su bajon de nivel, y lo que realmente hace falta -confianza en uno mismo- para dar el salto de superdotado con gran potencial (pero sin presion) a clutch player sobre el que descansa el peso del equipo y del que se espera que resuelva en los momentos clave (vamos, la diferencia hoy por hoy entre un Ricky y un Navarro, por ejemplo). Que opinas?
Un abrazo,
Gonzaga