4/9/12

La era del postperiodismo




Esto podría interpretarse como una llamada de auxilio, pero no es lo que busco. Podría entenderse como un aviso para navegantes, aunque no es mi intención. No pretendo desarrollar un análisis sesudo sobre la evidente podredumbre que de un tiempo a esta parte viene padeciendo el periodismo. Nos llevaría horas. Ni siquiera aspiro a exponer los efectos que puede llegar a tener en la sociedad lo que considero la derrota definitiva de un modelo social de la información. Son sólo una serie de ideas, unas cuantas reflexiones que me asaltan y así, a vuelapluma, he sentido la necesidad de poner negro sobre blanco para el que le apetezca pensar un poco sobre el destino que le espera a una sociedad sumida en una profunda crisis -más de valores que de dineros- ante el progresivo deterioro moral de los que se suponen sus guardianes.

Tiene el periodismo, como profesión, un cierto componente romántico, robinhoodiano, que se ha ido diluyendo sin remisión en los últimos tiempos. Es el periodista (o debería) un justiciero en potencia, que cuenta con el poderoso arma de la palabra y que contrae un compromiso con la sociedad. O al menos lo era. O lo fue. No sé decir hasta cuándo. Pero está claro que de eso hace un tiempo. En un mundo donde hasta la política está sometida a los poderes económicos, algo que cada vez resulta más patente pero que se asume con la naturalidad de la más incomprensible de las resignaciones, los medios han acabado sometidos y han abandonado ese cometido de buscar la justicia, esa vilipendiada objetividad, para entregarse a los brazos de unos intereses que ni están en la sombra ni falta que les hace.

El periodismo ha cambiado porque tenía cambiar. Ha cambiado porque la sociedad ha cambiado. No sé si la sociedad cambió el periodismo o fue al revés, pero lo que resulta evidente es que en el trasvase de lo analógico al mundo digital ha abandonado por el camino gran parte de su esencia. La polarización de los medios y sus audiencias resulta insultante en España. Los periódicos, las emisoras de radio, las televisiones y los portales de internet dependientes se han convertido en muchos casos en instrumentos. Más preocupados en adaptar el mensaje, en dirigirlo hacia unas conclusiones preconcebidas, que en transmitir la realidad tal y como es a una audiencia predispuesta. Se habla de la crisis del periodismo, y hay gente a la que se le llena la boca cargando contra los profesionales del gremio, pero en esto quizá muchos deberían actuar con cierta autocrítica. Una inmensa mayoría de los receptores parece tan alineada que a la larga reacciona incluso con ira cuando el mensaje no les encaja. El consumidor de información -o una gran parte- parece cerrado a asumir que las cosas pueden chocar con su visión del mundo. No sé si es extraño o no en un país con tan escasa tolerancia, en un rincón del mundo tan dividido, pero hace bastante tiempo que me asalta la convicción de que mucha gente está más interesada en que le digan que las cosas son como le gustaría que fueran antes de que le digan cómo son en realidad. A veces, muchas veces, la realidad provoca frustración. El problema es que regalar el oído, vender un mundo tan idílico, en el que los propios son los buenos y los otros unos demonios, genera modelos sociales tan intolerantes que a la larga puede resultar incluso dañino para un sistema democrático, donde la gente acaba por quedar inamoviblemente alineada.

Los 'míos' y los 'otros'

Por supuesto, los medios, como empresas, sacan partido a esta situación. No sé decir si la han creado o si simplemente la fomentan. Un periódico no es una ONG. Trata de vender el mayor número de ejemplares, de obtener tantos ingresos publicitarios como sea posible. Y ahora mismo no resulta sencillo ni una cosa ni la otra. El pragmatismo monetario ha supuesto la puntilla, ha aniquilado definitivamente los valores, ha pisoteado el compromiso social. No es complicado entender que hoy en día el perfil del lector de cualquier diario se sale muy poco de los márgenes de su línea editorial. Lo de las radios resulta todavía más llamativo. Basta con cotejar las llamadas de sus oyentes. De normal laudatorias todas ellas. Hay gente, cada vez más añadiría, que ni siquiera concede una oportunidad al resto de alternativas. En una sociedad acomodada y acomodaticia, una vez más se huye de esa frustración, de las dudas, de las preguntas incómodas que ponen en entredicho lo que cada uno da por seguro.

Audiencia y medios han radicalizado sus posturas. No hace muchos años la situación era bien distinta. No quiero decir con esto que cada medio no tuviera su línea editorial, su orientación, porque siempre las han tenido y las tendrán. Cuestión de pluralidad. Que se analice la realidad con uno u otro prisma no quita para que no se pueda relatar tal y como es. Aunque aquella difusa frontera que separaba información de opinión quedó enterrada por los espaldas mojadas de esta profesión hace demasiado. En cualquier caso, recuerdo los tiempos en los que la gente que quería estar bien informada contrastaba diferentes opciones, allí y allá, para estimar los matices de los grises. Ya ni siquiera hay grises. Ahora se va del blanco al negro. Es tal la distancia que existe entre las diferentes realidades que se exponen, que asusta. Y asusta aún a los que -creo que somos todavía unos cuantos- con conocimiento de causa nos mantenemos -o al menos lo intentamos- en una necesaria equidistancia. Incluyo la conciencia en esta ecuación porque un importante segmento de la población no percibe las orejeras que le impiden observar la realidad. Aunque los peores, sin duda, son aquellos que sabiendo que existen otras verdades las rechazan de manera sistemática.



Cada medio vende su película. Sin antifaces. Sin disimulos. La mujer del César ni necesita ser honrada ni parecerlo. ¿Para qué? Las tertulias televisivas o radiofónicas concentran a opinadores alineados, reunidos en torno a un discurso monocorde que arrincona, cuando no desprecia de plano, la duda razonable, la teoría alternativa. En muchos periódicos se sigue esa misma tendencia con los articulistas. Eso resta credibilidad. La pluralidad garantiza cierta higiene mental, y el lustre de determinados espacios televisivos o radiofónicos dependía de esa macedonia de ideologías. Eso también quedó atrás. No sabría decir en qué momento. Lo que sí recuerdo es que lo asumí hace algunos años, diría que seis o siete, un mediodía en el que se había producido una noticia relacionada con la política vasca (¿el penúltimo alto el fuego de ETA?) y en una emisora entraron hasta siete protagonistas de un mismo partido político, más algún otro de la cuerda. Ahora no creo que eso sorprendiera a nadie.

Activistas monocromáticos

Los medios han pasado de tener una determinada orientación editorial a convertirse en meros instrumentos. No me refiero sólo al periodismo político. Se percibe también, y de una manera cada vez más acuciada y delirante, en la prensa deportiva. Pero puede aplicarse a las publicaciones o espacios económicos, culturales... Esta tendencia podría resultar más o menos alarmante desde el punto de vista de los medios y su línea editorial. El problema llega cuando el periodista lo asume como propio, cuando se convierte en un mero activista. En un contexto como el actual, con audiencias deseosas de arengas que les regalen los oídos, ávidas de confirmar sus convicciones más atávicas, esas figuras acaban convirtiéndose en fenómenos sociales. Amados y odiados, según orillas, a partes iguales. Aparecen personajes que devoran a los profesionales que en muchos casos asumen con gusto el papel de alborotadores, de milicianos. La rueda no para de girar y este sistema se retroalimenta, más todavía cuando el periodista, algo muy en boga, abandona su papel de mensajero con el ánimo de convertirse en parte protagonista.

Un periodista debe estar cerca de la noticia. Un periodista debe tener contacto con las fuentes. Mi primer maestro (he tenido muchos y aún encuentro cada día unos cuantos) me dijo una frase que me quedó grabada: "Un buen periodista debe saber mucho, pero contar sólo el veinte por ciento de lo que sabe". Y para saber mucho, está claro que conviene estar próximo a los protagonistas, que en ocasiones pueden convertirse en amigos por el roce. El problema llega cuando entablar esas amistades se convierte en el fin. Cuando el periodista se convierte en un pasabracero y compromete su libertad para contar las cosas como son. Esto pasa mucho. Lamentablemente, cada vez más. Es otro síntoma del enfermo. Luego están los que creen que lo único válido para parecer independiente y fiable es ir a la contra por norma. El periodista cínico, escéptico irredento, tampoco es mucho mejor. Sobre todo porque muchas veces su propia necesidad de desacreditar todo, su carencia de empatía, empaña su visión. Me atrevería a decir que a veces esa misantropía, esa ansiedad por poner en duda todo, está incluso reñida con esta profesión. Pero ese es otro asunto y este post se está alargando más de lo que me habría gustado.

Muere el papel, muere el periodismo

Hace más de una década que se viene preconizando la muerte de los medios impresos. Recuerdo que cuando se extendió el uso de internet, a finales de los noventa, los gurús afirmaban que acabaría en muy poco tiempo con los periódicos. Al final, internet no asesinó a los periódicos. Simplemente les inoculó un veneno que los está matando lentamente, en parte por la escasa capacidad de adaptación que están mostrando sus gestores a la hora de ajustarse a la nueva realidad, pero principalmente por la mutación que ha experimentado su público objetivo. Las nuevas generaciones no consumen periódicos en papel. Es difícil encontrar personas por debajo de la treintena que tengan el hábito de comprarlos a diario. En realidad, los jóvenes y adolescentes ni siquiera consumen periódicos digitales. Nos estamos convirtiendo en lectores de titulares, y eso no ha pasado tampoco desapercibido para los que sí han sabido trasladar a la red el modelo de los medios tradicionales. El tiempo que de media se dedica a cada artículo en los medios digitales tiene muy poco que ver con el que se destina a la lectura en papel. Se reduce el tiempo, se reduce la profundidad de la información. Esto es así, por mucho que los grandes defensores de los nuevos formatos pretendan defender lo contrario. Y lo será mientras los medios tradicionales no asuman el reto de mudarse de una manera decidida y definitiva al universo digital. El problema es que, por el momento, no se ha dado con la fórmula de negocio adecuada para que las grandes redacciones de profesionales de la información resulten verdaderamente rentables en el formato digital.



Los experimentos de comienzos del presente siglo, cuando la mayor parte de los periódicos apostaron por blindar sus ediciones digitales y cobrar por el acceso a la información se revelaron como apuestas fallidas. En los últimos tiempos se han lanzado fórmulas mixtas, pero no acaban de consolidarse. Los usuarios de la red, esta nueva generación digital, consideran que no es necesario pagar por la información. En parte porque en la red conviven y surgen prácticamente cada día centenares de medios, algunos de mayor fiabilidad que otros, que confirman la idea de que internet ha democratizado hasta el extremo la información. Sin embargo, la calidad global decae y salvo contadas excepciones son muy pocos -en cualquier materia- los portales que ofrecen garantías y un mínimo nivel de credibilidad.

Sin periodistas no habrá periodismo. La crisis de los medios, más acuciada si cabe en los periódicos que en radio y televisión, amenaza con reducir a la mínima expresión las ofertas de información de calidad, que ofrece alternativas a las versiones oficiales y ahonda en los porqués. Los problemas de liquidez de las empresas periodísticas están provocando una escabechina en el gremio. En los últimos años, salvando la construcción, ningún otro sector ha registrado tanta destrucción de empleo. El resultado se deja notar: cada vez menos personal en las redacciones, lo que genera a su vez una precarización del producto. Para hacer buen periodismo hace falta tiempo y talento. Los medios tradicionales, en su afán por sobrevivir ante la amenaza de la fast food digital se han traicionado al renunciar a los estándares de calidad que podían permitirles discutir las nuevas fórmulas. Ningún papel puede competir en inmediatez con la red. No basta con exponer el día a día, porque para eso ya está -y mucho antes- internet. Los periódicos gratuitos, nacidos con vocación de ofrecer ese mínimo de información diaria, han acabado por naufragar precisamente porque no aportaban ningún elemento de valor añadido.

En busca de la fórmula de negocio

La cuestión radica en que en esta tesitura, nos encaminamos a una situación límite para el periodismo profesional. Sin una fórmula viable desde el punto de vista económico, ni una firme intención de afrontar decididamente el trasvase -la mayor parte de los diarios regionales puede llegar muy tarde-, el panorama se presenta oscuro, más aún en un país donde el resto de medios (radios y televisiones) han despreciado en cierta medida sus ventajas temporales y en la mayor parte de los casos han dejado que sean los medios impresos los que marcaran la agenda informativa. Y no me refiero en este apartado a la información deportiva, que para el tema capital que nos ocupa puede considerarse, aunque no lo sea, secundario. En las radios, puedo aceptarlo, se han dado más excepciones, centralizadas además en determinadas cadenas. En muchos casos más de declaraciones relevantes que de temas de impacto. Pero lo de las televisiones, en unos informativos que se han nutrido de información meteorológica, piezas de relativa curiosidad estética y sucesos, es grave. La calidad periodística que se ha ofrecido en los últimos años deja mucho que desear. Con todo el respeto del mundo, pero no recuerdo la última vez que un canal de televisión lanzó un scoop que luego acabaron recogiendo radios y periódicos.

El universo 2.0, la social networking, ha abierto un nuevo universo de oportunidades y ha revolucionado, a mi modo de ver para bien, el mundo de la información. Pero internet es un formato, uno más y seguramente el que acabará imponiéndose a todos los demás. No se puede permitir, no obstante, que el periodismo tal y como lo hemos conocido se descomponga hasta desaparecer. Porque entonces, como ya percibo que comienza a suceder, podemos encontrarnos en un océano de contenidos vacuos, de perfil bajo, incapaces de ofrecer el más mínimo contrapeso a los posibles abusos que puedan derivar del completo derribo de las barreras que antes existían entre emisores y receptores. He vivido al otro lado y conozco la facilidad con la que cualquier contenido puede extenderse por la red sin el menor tratamiento o manipulación. Sin mensajero, sin analista, puede llegar a instaurarse una dictadura de los contenidos institucionales, que no supondría más que llevar al extremo esa tendencia a reforzar las ideas que cada uno tiene porque buscará la información directamente de las fuentes que considera de confianza. Así, empresas, partidos políticos, artistas o clubes deportivos lo tendrán fácil para dirigirse -una vez más- a quienes quieran escucharles, que serán básicamente los que ya se han polarizado en sus direcciones. Hoy en día basta con tener una mailing list de calidad para esparcir cualquier contenido. Hay centenares de páginas, algunas incluso de medios de comunicación de cierto prestigio, que se dedican a publicar sin demasiados miramientos notas de prensa y teletipos.

Vivimos un momento determinante para el periodismo. Y las cartas no pintan bien. Pero esa amenaza no pende exclusivamente sobre las cabezas de los que nos ganamos el pan con este por otra parte maravillosa profesión. Teniendo en cuenta el camino que ha seguido esta sociedad con esa figura del vigilante, por despistado o errado que estuviera, da pánico imaginar cuál puede ser el rumbo que podría seguir si desaparece definitivamente.

6 comentarios:

jordi perramon dijo...

muy de acuerdo con tu post dpeje, muy de acuerdo con el, yo no soy periodista, solo consumidor de información, y como tal, pido, que un periódico, me de la noticia, no que me dirija a una conclusión, la noticia, debería ser una, y para opinar la editorial, pero la verdad es que a día de hoy, y en todos los sentidos, tanto de derecha como izquierda, nacionalistas o españolistas lo único que hacen es desinformar, o informar de forma interesada.
Sobre el nivel del periodismo, quizás esta inmediatez de Internet hace que el contrastar no sea tan fácil, pero si debería ser el mínimo exigible, aparte a mi un periodista que suelta una "bomba informativa" de la que luego tiene que arrepentirse por no haber contrastado se merece como mínimo que deje de leer su columna, de oír su programa de radio o de ver su espacio televisivo.
Diría, que hemos pasado de medios que informaban y daban su opinión después a medios hacen información de su opinión.
Buen post Dpeje, muy bueno, la lastima, es que te veas obligado a escribirlo, significa que algo no funciona, pero también es cierto, que es necesario que tanto vosotros los periodistas como nosotros los consumidores de información nos quejemos de lo que esta mal.

Anónimo dijo...

¡Hola, David!

Soy Marcos Beltrá. Quizá me recuerdes de mi etapa como Jefe de Prensa del Real Madrid de Baloncesto (1999-2005)...

Te sigo desde hace tiempo. Y últimamente lo hago tanto en Twitter como a través de este blog.

Quería felicitarte, de todo corazón, por tu cordura, por tu sensatez, por tu talento... Tienes las ideas muy claras y las sabes plasmar extraordinariamente bien sobre el papel.

Esta entrada me parece, simple y llanamente, sublime y estoy de acuerdo contigo casi, casi, casi al mil por mil... :-)

¡Enhorabuena por tu magnífico trabajo, compañero!

Con mi aprecio y admiración,


Marcos Beltrá
(databeltra@hotmail.com)

Miguel dijo...

Buen post, David. El análisis me parece muy certero y además, pones el foco sobre las consecuencias que todo esto puede tener para la sociedad, sin mirarte el ombligo y pensar exclusivamente en salvar el culo. No obstante, creo que es importante actuar. Ya hay muchos análisis y muchos van en la misma línea, pero los medios están actuando con demasiada lentitud para adaptarse a este nuevo entorno. Por otro lado, te diré una cosa, yo sí estoy dispuesto a paga por contenidos de calidad. Y lo haré en formato digital o en papel, me da igual. Pero eso, tiene que tener calidad. Y un precio justo. Saludos!

Josu Aguirrezabal dijo...

Hola David,
Buenísimo el post ,la verdad es que la calidad en el periodismo ya no se aprecia los contenidos son sesgados, partidistas,carecen de rigor y responden a intereses pero esta involución es debida a la re conversión analógico digital que ya se ha visto en muchos sectores como la música,el cine,la fotografía etc.. la gente deja de apreciar un trabajo cuando deja de pagar por el y se conforma con esa satisfacción sin apreciar la calidad o la verdad .No se si esto tendrá remedio pero otros sectores llevan mas tiempo y aun no la han encontrado,reconvertirse es la solución pero como? ahi estará la clave.
Te animo a que sigas escribiendo estas opiniones yo las seguiré leyendo,Un abrazo

Anónimo dijo...

Estimado David,

Muchas de esas incógnitas que expones y planteas se manifiestan a diario en los que, de una u otra forma, tenemos vinculación con este mundo. Te felicito por darles forma y hacerlo de un modo tan claro y coherente. Y hacerlo con la pasión de quien ama lo que hace. Las cosas con el corazón llegan antes, y más profundo; y también más lejos.

Lectura obligada.

Mila esker benetan!
Juanfran de la Cruz(20 Minutos)

Com.Rivadavia dijo...

hola, muy bueno el post. justamente estoy estudiando el fenómeno postperiodismo y me ha servido tu aporte.
creo que tenemos que dar voces a los sin vos, pero esto no quiere decir que desacreditemos a los periodistas que tienen ganada su reputación.